1. Defensa del entorno a través de una serena, al tiempo que firme, militancia ecologista, entendiendo por tal defensa, la promoción y estudio de los valores ambientales referidos a lugares de especial relevancia paisajística, geológica, botánica, faunística, cultural e histórica, así como del equilibro ecológico de todo el paraje en general y de la armonía arquitectónica de núcleos rurales y urbanos, con particular hincapié en la defensa de ecosistemas en riesgo a causa de actividades de fuerte impacto ambiental.
2. Defensa, estudio y promoción del patrimonio histórico-artístico desde la perspectiva ideológica que propugna la rehabilitación integrada, conforme a la doctrina expuesta en declaraciones de alcance universal. Hay que interpretar la defensa de los centros históricos desde un punto de vista de riguroso mantenimiento de la triple trama consolidada (horizontal, vertical y social) con firme oposición a operaciones de cambio de uso o funcionalidad. De los fines queda expresamente excluida toda iniciativa favorable a la promoción del consumo y simple entretenimiento o cultivo de lo trivial.
3. Adoptar iniciativas que, superficialmente contempladas, puedan parecer contradictorias. Por ejemplo: promoción de la tecnología blanda, conservacionista y no contaminante a la vez que adhesión muy cauta a innovaciones técnicas audaces; empeño en conservar cuanto de valioso ha legado el pasado y aceptación, a su vez, de valores rupturistas (debidamente cribados) resultantes del impacto científico y técnico en la sociedad.
4. Recuperación de oficios en peligro de desaparición, actividades en las que el trabajador reconoce la creatividad a través de la obra bien hecha.
5. Promover la expresión literaria en lenguas minoritarias, sometidas a la presión de los grandes idiomas de trabajo. Defensa, en suma, de las culturas frente a la inundación civilizatoria. |